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Acceso al templo. Exterior. Frente a la portada románica

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(Doña Sancha se despereza tras siglos durmiendo y emite un sonido impropio de su condición) Uy, lo siento, no me había percatado de que estaba acompañada ¡Qué vergüenza! Por suerte, no pueden verme. Una dama de mi condición, no debe permitirse estos deslices.

¡Llevo tanto tiempo sola, que me cuesta acostumbrarse a las visitas!  No, no me malinterpreten. Me gusta estar rodeada de gente, escuchar sus risas, sus murmullos y, sobre todo, me encanta hablar. El silencio es la peor de las condenas. Y aquí, entre los muros de este viejo priorato, pocos encuentro dispuestos a oír mi historia.

Hace muchos, muchos años este templo ocupó buena parte de mi tiempo, mi fortuna y mis desvelos… Lo recuerdo perfectamente. Recién estrenado el verano de 1192, el Abad del Monasterio de San Salvador de Oña me entregó a mí, Doña Sancha Jiménez, este cenobio. Yo, como buena y devota cristiana, lo tomé en préstamo. Me ocupé de restaurarlo y dotarlo convenientemente. Cumplida mi misión, lo devolví al patrimonio de Oña. El templo ha cambiado mucho a lo largo de todos estos años.

Por ejemplo, fíjense bien en la portada. Es hermosa, ¿verdad? Sencilla, como todo en esta casa, pero hermosa. Se compone de varias arquivoltas,  decoradas con, lo que hoy se ha dado en llamar, dientes de sierra. Los capiteles vegetales, quizá les recuerden a otros, como los del vecino monasterio de San Andrés de Arroyo o los de Oña. No es extraño, puesto que hace siglos ya existían los originales y las copias, propiciadas por los cuadernos de modelos, que pasaban de un taller a otro. De este modo, el resultado final, dependía en gran medida de la pericia del autor. 

Hoy pueden contemplar la portada en su dimensión original, tan alta y esbelta como cuando se construyó. Pero, no siempre ha estado así. Si se fijan un momento en la escalera por la que han llegado aquí, y trazan una línea imaginaria desde el peldaño más alto, hasta la portada, verán el nivel que alcanzaba el suelo hasta hace no mucho.

La recuperación de este espacio y del conjunto del templo se logró con la última restauración. Lo sé muy bien, porque, durante unos meses, años, tal vez,  pude asistir a las obras, recordar mi juventud. Seguí atenta los trabajos de arquitectos, arqueólogos, restauradores y albañiles. Fui partícipe de sus dudas, de sus avances y desalientos. El redescubrimiento de la portada, tras una excavación arqueológica, fue, sin duda, uno de los momentos más emocionantes.

Disfrútenla unos instantes, yo les espero en el interior. Por cierto, supongo que tendrán una tarjeta, con ella podrán abrir la puerta y ¡fíjense bien en el dibujo!, que no sería la primera vez que me dejan horas esperando. ¡Ah! Una última cosa: sé que no me ven, pero como las guías del Monasterio me tienen perfectamente ubicada, deben haberles dado un plano, en el que verán dónde me encuentro en cada instante.

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