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Interior. Sacristía

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“Si quieres ser perfecto, ve, vende todo aquello que posees, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en los Cielos. Luego, ven y sígueme”.

No, no se asusten, no me he vuelto loco de repente, ni tampoco soy teólogo, pero comprenderán que albergando una iglesia de la Biblia y sus citas entiendo un rato. Ésta que acaban de escuchar es del Evangelio según San Mateo. La he sacado a colación porque explica muy bien la historia de esta iglesia y, más en concreto, de la parte en la que ahora nos encontramos. Sí, hoy es la sacristía y en ella se encuentra el origen de este templo. Es su parte más antigua. Una pequeña cavidad, un hueco en mi estructura, que fue utilizado como lugar de recogimiento y como hogar de los llamados eremitas.

¿Quiénes eran? Para muchos unos locos, para otros simples vagabundos y para unos pocos, iluminados, elegidos, que mediante el aislamiento voluntario, la pobreza, el rezo y el sacrificio, lograban una comunicación directa con Dios. No sé, si alcanzaron o no, esa conexión divina, lo que sí puedo decirles es que muchos acabaron aquí sus días, quizá, en alguna de las tumbas antropomórficas que verán dentro y fuera del templo.

Y, no, no piensen que su vida era tan incómoda. Normalmente, las cuevas o eremitorios se veían completados con la construcción de estructuras de madera anexas, que dotaban a estos espacios de una mayor comodidad. Cuando volvamos al exterior, si se acuerdan, fíjense en la roca, más o menos a la altura de la sacristía, junto a una ventana, aparece un amplío vano hoy tapiado. En su día, esa fue la entrada primitiva a este eremitorio. Por otro lado, la iglesia, tanto por fuera como por dentro, está plagada de hendiduras, agujeros o mechinales, que dan cuenta de la existencia en otro tiempo de esas estructuras de madera.

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