El gorgojo que devora la memoria

Hay un escarabajo suelto, el picudo rojo, que está devorando un símbolo cultural: las palmeras.
Existen muchos árboles que son escogidos por la comunidad como símbolos: de inmediato podemos pensar en el tejo, el roble, el ciprés, etc. Todos tenemos en nuestro imaginario árboles como el roble de Guernika, el ciprés de Silos, el tejo de Lebeña o los castaños de Las Médulas. Son elementos vivos que se han integrado en nuestro patrimonio cultural a los que asignamos unos atributos más allá de lo meramente utilitario.
Las palmeras no son árboles, aunque las consideramos como tal por su apariencia arborescente, son hierbas gigantes y, por tanto, no tienen un tronco de madera, sino de fibras. Parece que este tallo fibroso es el hogar adecuado para un gorgojo, el Rhynchophorus ferrugineus, de gran tamaño pues llega a medir hasta 5 centímetros, que tunela como máquina perforadora largas cavidades donde deposita sus huevos, crecen las larvas y se convierte en escarabajo adulto que abandona la palmera para aparearse, depositar nuevos huevos en otra palmera y así continuar el ciclo.
Este trajín en la palmera causa la muerte de la planta dado que consume sus recursos y seca la zona de crecimiento en la copa pues es donde habita. Una vez colonizada la palmera sus hojas pierden consistencia, se secan y acaban desprendiéndose. En ese momento la palmera es irrecuperable.
El picudo rojo es un emigrante. Salió de Oriente Medio y ha viajado en los barcos que transportaban madera hacia Egipto y desde allí se extendió por el Mediterráneo debido a la exportación masiva de planta de palmera a partir de los años 90. Ahora llega al Cantábrico.
Así como el picudo ha viajado y se ha asentado donde nadie lo esperaba, del Cantábrico salieron otros emigrantes, gentes cuyo destino fue América del Sur y en el siglo XIX México, Venezuela y especialmente Cuba. Allí se asentaron y echaron nuevas raíces. Cuando estos emigrantes regresaron con mayor o menor fortuna a sus pueblos de origen construyeron unas casas con un estilo particular que hoy denominamos "casas de indiano". Mansiones vistosas, generalmente bien situadas, con un estilo arquitectónico ecléctico que combina regionalismo, historicismo, modernismo y que ha dado lugar a una arquitectura suntuosa y fácilmente identificable. Introdujeron comodidades y elementos decorativos poco comunes en la zona y en el momento para resaltar su éxito económico.
En esta época el jardín cuidado, con influencias inglesas y francesas, y elementos arquitectónicos fue un complemento adecuado de las mansiones. Los jardines se llenaron de árboles exóticos como las secuoyas, magnolios, cedros de diversos tipos y camelias. Pero son las palmeras las que verdaderamente marcan la casa del indiano e identifican ese hogar con una historia de emigración, superación y éxito. Las palmeras fueron prueba viva del regreso de los indianos.
En el Cantábrico la Phoenix canariensis o palmera canaria se introdujo en estos jardines y su capacidad de adaptación ha quedado bien demostrada. En los años 80 del pasado siglo la aparición de la jardinería doméstica vinculada a las nuevas construcciones de chalets y casas individuales supuso la recuperación y extensión de esta planta para lo cual se recurrió a la importación masiva de plantones de otros lugares.
Desde hace pocos años el picudo rojo campa a sus anchas por el norte disfrutando de un buen palmeral disperso y ajeno a los depredadores. Es el picudo rojo una especie invasora más que está alterando el ecosistema y devorando una parte de la historia de nuestro país. Se está comiendo la memoria de los indianos.