Personas detrás del Patrimonio de la Humanidad

Los Bienes Culturales que forman parte del Patrimonio de la Humanidad constituyen una muestra excepcional del paso de la raza humana sobre la Tierra. Se asocian con viejas ciudades y grandes construcciones que han pervivido al paso de los siglos y se han consolidado como referentes durante generaciones. La UNESCO considera que su valor sobrepasa la propiedad particular y deben ofrecerse generosamente a las gentes de todo el mundo.
La importancia de estos lugares está ligada muchas veces a personas concretas que realizaron una labor en su conservación, que descubrieron lugares que permanecían ignotos o que los investigaron hasta descubrir su relevancia para la historia de la Humanidad. Creemos que merece la pena acercarse a descubrir a algunos de estos individuos, para lo que nos centraremos en enclaves situados en el territorio de la actual Castilla y León.
Quizás sea más fácil identificar a estos valedores en el caso de yacimientos arqueológicos, puesto que se trata de lugares descubiertos hace pocas décadas. Aquí sobresalen los ejemplos de Atapuerca (Burgos) a partir de 1976, con Emiliano Aguirre, Juan Luis Arsuaga, José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell; y Siega Verde (Salamanca), con Manuel Santonja, Rodrigo de Balbín, Nicolás Benet y Rosario Pérez Martín, que comenzó en 1988 con la revelación de un pastor sobre un caballo pintado en la roca. Intensos trabajos de investigación consiguieron su rápido reconocimiento como Patrimonio en 2000 y 1998, respectivamente.
Uno de los grandes elementos patrimoniales es el Camino de Santiago, pero no mucha gente es consciente de que el mantenimiento de su uso se vio muy perjudicado por las desamortizaciones del siglo XIX, que disolvieron las órdenes religiosas, vaciaron los monasterios y hospitales y acabaron con los alojamientos que jalonaban la ruta, lo que eliminó la opción de recorrerla. Durante la mayoría del siglo XIX y las primeras décadas del XX ningún año sumaba más de unas pocas decenas de peregrinos. Un papel notable en su recuperación lo jugó Manuel Fraga que, desde el Ministerio de Información y Turismo, fue uno de los promotores en 1963 de la exposición “El peregrino en el Camino de Santiago”. A partir de entonces se sucedieron otras exposiciones por toda Europa, se fundaron las primeras asociaciones de amigos del Camino y desde la iglesia católica se promovió la peregrinación. Poco a poco fueron aumentando los peregrinos, aunque sin llegar a superar los 10.000 hasta que coincidiendo con el Año Jacobeo y la declaración como Patrimonio Mundial en 1993 se alcanzó la cifra de 99.436.
En las ciudades Patrimonio encontramos el ejemplo del leonés Juan Bautista Lázaro de Diego. Como arquitecto municipal de Ávila (1875-1879) impulsó una renovada actividad de restauración de la muralla, concebida de forma integral por primera vez y primando la recuperación de su aspecto original con los criterios historicistas propios de la época. Su labor culminaría con la declaración de Monumento Nacional en 1884, aunque la ciudad no sería Patrimonio Mundial hasta 1985.
Un ejemplo más. En Segovia el acueducto romano estuvo llevando el agua a la ciudad desde inicios del siglo II hasta bien entrada la Edad Media. Llegado el año 1072 una incursión del rey de la taifa de Toledo Al-Mamún arruinó 36 arcos del primer tramo, obstaculizando su uso, que siguió de forma renqueante mediante reparaciones de escasa calidad. Hubo de ser Isabel la
Católica quien, con la gestión del prior jerónimo del monasterio del Parral, abordara entre 1484 y 1489 unas obras que permitieron recuperar el óptimo funcionamiento de la conducción. Gracias a esto se mantuvo operativo y bien conservado durante toda la Edad Moderna.
Por cada iglesia, palacio o ciudad histórica que ha llegado hasta nosotros hay cientos o miles más que han desaparecido o que han perdido parte de sus rasgos originales. ¿Por qué no son Patrimonio de la Humanidad ciudades como Burgos, León o la colonia romana de Clunia? Quizás por lo que han perdido a lo largo del tiempo o porque no han sido objeto de suficiente investigación. Pero aún hay otro elemento para considerar. No basta con que un bien cultural se conserve. Es necesario que haya alcanzado un reconocimiento por parte de los ciudadanos. Quizás alguno de ustedes, lectores, conozca bienes culturales que merezcan sobresalir del resto. Pregúntense entonces qué pueden hacer por él y tomen la iniciativa.
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